De crucero (y VIII)

Llegamos a Cozumel por la mañana. La verdad es que este día ha sido con diferencia el peor del viaje, ya que fue totalmente perdido. Queríamos comprar una excursión para nadar con delfines, pero no fue posible, ya que la única excusión posible para los que abandonábamos hoy el barco era la de un parque temático llamado X-Caret, pero ver gente disfrazada de indios no nos llamaba la atención.

Por otro lado, para mejorar el día, tienes que abandonar el camarote a las 9:00, así que, entre que el día anterior tenías que dejar preparada la maleta hasta las 3:00 A.M, entre que ya estás sin ropa (sin maletas no hay con qué cambiarse) y nos llegó la “dolorosa” con todo lo que habíamos consumido en el barco  no sin errores que tuvimos que reclamar.

El vuelo de vuelta no salía hasta las 21:00 y el ferry/bus para llegar al aeropuerto nos recogía a las 14:30, por lo que llegamos prontísimo al aeropuerto y lo único que tuvimos tiempo para hacer en Cozumel fue gastar los últimos dólares y reservar alguno para el aeropuerto.

Esta vez el ferry se movía menos, pero al ir más deprisa (era una especie de catamarán), de vez en cuando pegaba buenos bamboleos, haciendo que gente vomitase. Una vez en Playa de Carmen, mientras metían las maletas en los autobuses, pude conectarme a Skype en una WiFi abierta para indicar que ya íbamos para allá.

Si el día había sido “bueno”, imaginad cuando nos dicen que tenemos que pagar 50€ para salir del país. Lo gracioso es que eso no lo recolecta la gente de fronteras, sino una chica con una pequeña caja fuerte que te da un ticket de dudosa validez pero que es requerido para dejar la maleta y que te den el boleto de avión.

Por otro lado, ya fuimos preparados y nos llevamos film transparente para “sellar” las maletas, pero mucha gente no se le ocurrió y acabaron pagando un potosí por el plastificado. Lo bueno es que la maleta la dejamos plastificada el día anterior y tuvimos suerte que al salir del barco no nos hicieran mostrarla, pues igual que a la entrada, hay un semáforo que tienes que pulsar y si sale rojo te toca registro.

Una vez dentro, meditando mientras Alicia gastaba los últimos dólares y fuimos a cenar en una especie de hamburguesería retro, pues si el vuelo era como el de ida, de seguro que pasaríamos algo de hambre. Afortunadamente, reservé los asientos por Internet pues llegamos a la facturación de los últimos. El asiento, si a la ida fuimos en el último, esta vez tenía la segunda fila, pero eran mucho más estrechos, así que en cuando dijeron “embarque finalizado”, pegamos un salto y nos pusimos en primera fila donde puedes estirar las piernas y reclinar el asiento, haciendo el viaje mucho más agradable.

Finalmente llegamos a Madrid al día siguiente, tras un vuelo de 8.5 horas (¡dos menos que de ida!), con el jet-lag acumulado que todavía no nos deja dormir a una hora normal. Ha sido un viaje muy interesante, donde hemos visto distintas culturas y conocido gente entrañable.

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De crucero (I)

Nada mejor para irse de luna de miel que un crucero y si encima es por el Caribe, mucho mejor.

La idea ha sido un “ni pa ti ni pa mi” al que llegamos. Alicia quería ir al Caribe, a un resort de esos en régimen de todo incluido, estilo lagarto para freírse al sol con una piña colada en la mano. Yo quería algo más dinámico y ver sitios, así que la idea de un crucero por el mediterráneo, desde Venecia a Estambul sonaba bien. Al final, llegamos al acuerdo: estamos en el Caribe pero no es una playa todo el día al sol y cocidos (en todos los sentidos) y además hacemos algo “cultural”. Por otro lado, tiene la ventaja de que siempre duermes en el barco, por lo que en sitios “raros” sabes que pase lo que pasa, cuando llegues al barco ya estás “a salvo” (y ya entenderéis por qué digo esto más adelante). La única pega del Caribe son las 10 horas de avión que cuesta ir para allá… la verdad es que es un calvario.

Para contratar el viaje fue una peregrinación de agencia en agencia… bueno, mejor dicho, un par de ellas: El Corte Inglés y Viajes Carrefour. En el “corte”, nos atendieron fatal, pues no tenían ni idea de nada, no sabían de qué iba el tema, eso sí, te dan todos los catálogos del mundo y poco más. En Carrefour, nos atendió Alfonso, un venezolano que conoce los cruceros, pues cuando vivía en Venezuela, su casa estaba muy cerca del puerto donde suelen salir los cruceros, así que había hecho alguno. Además, en los cruceros hay excursiones que te venden y Alfonso nos aconsejó cuáles coger y por qué cogerlas, ya que según el lugar no merecía la pena. Por cierto, de precio igual que el “corte”, pero te dan una tarjeta regalo de 200 euretes que no nos vendrá nada mal (a ver qué caprichillo nos compramos). Finalmente, por fechas el único que nos cuadraba fue el Pullmantur Caribe Maya.

El vuelo salió el sábado 15 a las 14:30 desde la terminal 1 de Barajas. Nos llevaron en un 747 de la propia Pullmantur Air. La verdad es que el avión es un poco antiguo y no habían ni siquiera cambiado el software de Malaysia Airlines, así que de forma periódica, en la pantalla que tiene cada ocupante en el asiento de enfrente podías ver el logo, además de la información GPS sobre la velocidad, altitud, posición en el mapa… Pusieron alguna peli, pero todas a la vez y no podías elegir qué ver. Cuando viajé a Seattle, tenías una videoteca con pelis y series para ver lo que te apeteciera en cualquier momento. Por suerte pillamos un buen asiento (fila 65, el último) que son muy espaciosos y pudimos echar hacia atrás el asiento. Aún así el viaje fue bastante tortuoso. Por cierto, el avión tenía un agujerillo en el fuselaje, al que le hice una foto por si podía servir para una investigación forense…
Una vez llegamos a Cacún tocó pasar el control migratorio. Del vuelo ya llevaba completados los formularios de inmigración, que metí en una revista “El Jueves”, así que al llegar, el Agente de Frontera me la vio, le hizo gracia y me la quería “comprar”… así que acabé dándosela. Por otro lado, el aire tan seco del avión me puso muy malo y llegué con un ataque de alergia de los buenos. La gente me veía con los ojos llorosos y no sé qué se estarían pensando.

Una vez pasado el control y el registro aleatorio de la maleta (pulsas en un semáforo el botón, si sale verde bien, si es rojo, te toca enseñar la maleta) llegamos a los autobuses que nos esperaban en el aeropuerto para llevarnos a Playa del Carmen. Por cierto, nada más salir del aeropuerto, sobre las 18:30 hora local, ya se notó el calor… ¡infernal!. Ya en el bus y con aire acondicionado, con el GPS vimos que el autobusero nos dio una buena vuelta por la ciudad, pero nos vino bien para verla cómo es por dentro. Paramos en el puerto para coger un ferry que nos llevó a Cozumel. El cacharro se movía más que los cacharritos de la feria, lo bueno es que no me afectó mucho, pues entre el ataque alérgico, lo que me hubiera faltado es marearme.

Desembarcados del ferry, pasamos al control para acceder al barco. Ahí la organización lo hizo muy bien: ya empezaban a circular los San Francisco sin alcohol y otro, “con”, llamado “Crucero Feliz” que entraron uno tras otro con la sed que llevábamos, pues en el vuelo la bebida parecía racionada (sólo pasaron dos veces en todo el vuelo con un vaso de agua). En el control, das tu tarjeta de crédito y te hacen una foto, con eso graban una tarjeta magnética Pullmantur que te sirve para pagar dentro del barco, como identificación y llave de acceso a la habitación, así no necesitas llevar dinero ni nada ¡y es sumergible!.

Llegamos al barco, al Pacific Dream sobre las 22:00 (a partir de ahora hablaré en hora de allí, que es 7 horas menos que nosotros), vimos la habitación, en la que tuve que hacer uso del WC como podéis comprender, cuando el Cabinista (Juan Carlos) pasó a presentarse… de ahí fuimos al buffet a cargar energías, donde la comida mexicana comenzó a hacer de las suyas. Entre muchas otras cosas, había nachos a los que eché de todas las salas… aquello no picaba ¡escocía!, salí corriendo a por más agua. Más adelante una pareja de mexicanos con los que hicimos amistad nos comentaron que aquello picada mucho, que no picaba “rico”, por lo que esperaban que no nos llevásemos una mala opinión.

Tras la cena, a dormir, pues con el cambio horario, esábamos ya muy cansados.

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